La Sinfónica estrenó Vaughan Williams

Orquesta Sinfónica Nacional. Director: Emmanuel Siffert. Coro Polifónico Nacional. Director: Antonio Domenighini. Ralph Vaughan Williams: Sinfonía No. 1 “Del mar”, para soprano, barítono, coro y orquesta, sobre poemas de Walt Whitman. Solistas: Carla Filipcic Holm, soprano; Leonardo Estévez, barítono. Sala sinfónica del Centro Cultural Kirchner. Función del 24/5/2023.

La Sinfónica y el Coro Polifónico nacionales, Emmanuel Siffert en el podio y Carla Filipcic Holm y Leonardo Estévez como solistas, el pasado 24 de mayo en el CCK.

Todo indica que la primera sinfonía de Ralph Vaughan Williams (1872-1958) no había sido interpretada en la Argentina antes del último concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica Nacional el pasado 24 de mayo. Se trató, por tanto, de la primera audición local de A Sea Symphony (traducible como Sinfonía del mar o Marina) de uno de los grandes compositores ingleses de la primera mitad del siglo XX, continuador de Edward Elgar y compañero de generación de Frederick Delius, Gustav Holst, Frank Bridge y John Ireland, entre otros, cuya longevidad le permitió superar la segunda guerra y seguir componiendo activamente hasta el fin de sus días.

Es necesario poner de relieve que la música británica del siglo XX, cuyo mayor emblema es Benjamin Britten, se nutrió previamente de un enorme número de compositores post-románticos, más o menos impresionistas o más o menos neoclásicos según los casos, todos los cuales dejaron un legado de intensa belleza y directa comunicatividad con el oyente. Los nacionalismos del Viejo Mundo, amplificados por las dos catástrofes bélicas que generaron, con frecuencia redujeron la creación de cada uno de sus países a un enfoque provincialista, por el cual sólo sería música apta para ser interpretada por quien ostentara la nacionalidad de sus autores, absurdo que parece subsistir, aunque atenuado, hasta el día de hoy. De ahí que, en especial en el caso británico, buena parte de su música se interprete poco fuera de Inglaterra y por orquestas que no sean inglesas.

Vaughan Williams es uno de los máximos exponentes de esa generación nacida en el siglo XIX que se desarrolló en el XX; su música abordó los más diversos géneros (la ópera, la sinfonía, el concierto) siempre con apreciable originalidad. Su primera sinfonía fue estrenada en 1910, pero supuso un trabajo previo de siete años, entre los cuales el compositor viajó a París para ser uno de los pocos alumnos de Maurice Ravel. Sin duda esta experiencia, breve pero intensa, mejoró sus dotes para orquestar y su capacidad para generar atmósferas con el sonido. Esta sinfonía inicial es acaso la más ambiciosa de las nueve que escribió, no sólo por ser la más larga (algo más de una hora) sino también por requerir coro o solistas en cada uno de sus cuatro movimientos, que mantienen una alternancia clásica de tempi y carácter.

Tanto la Orquesta Sinfónica Nacional, como el Coro Polifónico y los dos solistas convocados, estuvieron a la altura de la empresa y desde ya conviene anticipar que se trató de uno de los conciertos de más logrado nivel en lo que va de la presente temporada.

Emmanuel Siffert en el podio cumplió una tarea tan esforzada como atenta y eficiente, mediante una gestualidad minuciosa y al mismo tiempo comprometida, indicando cada entrada no sólo a los instrumentistas sino también a los coreutas, ubicados en la bandeja superior y formados de manera que abrazaban a la orquesta como un corchete. El resultado fue de una cuidada cohesión, que permitió a las diversas secciones de la Sinfónica sonar de manera integrada, con buen destaque de los bronces y de las cuerdas graves; igual cohesión exhibió el Coro, preparado por Antonio Domenighini. Como detalles accesorios, cabe consignar que el volumen general sonó por momentos excesivo, rasgo acentuado por la condición acústica del lugar, y que el sobretitulado resultó difícil de seguir por su escaso contraste, una pena tratándose de los hermosos versos libres de Walt Whitman.

Los solistas fueron parte central de la interpretación, al tener partes en toda la obra salvo en el Scherzo, donde sólo canta el coro. Carla Filipcic refirmó su condición de soprano de primera línea, con impecable emisión y control de sus medios al servicio del texto, desplegando potencia cuando la partitura lo indicaba. Leonardo Estévez se desempeñó con profesionalismo y buena audibilidad en un contexto de complejas sonoridades.

La interpretación logró comunicar los más diversos y extremos matices expresivos con que Vaughan Williams reviste la poesía de Whitman: desde la majestad del comienzo (Behold, the sea itself), la soledad nocturnal de la playa (On the beach at night, alone), la pulsión del Allegro brillante en The Waves, que funge como Scherzo, hasta el movimiento final, acaso el más desafiante por su longitud y variedad, que culmina en el dúo de los solistas al que se suma el coro (O my brave Soul) y que cierra conmovedoramente la obra.

Por su aporte cultural y su nivel artístico, este concierto señala un rumbo interesante para los organismos nacionales involucrados: buen punto para Mariela Bolatti como directora y para Ciro Ciliberto como programador, además de serlo para todos los artistas que lo hicieron posible.

Daniel Varacalli Costas

 

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