Una distopía feminista

Furor fulgor. Ana Ojeda. Buenos Aires, Penguin Random House, 2022


“El mundo se volvió extranjero en brazos de lengua psicótica” se lee en el Prélogo – O llegado el momento. Sin otro propósito que “retener la realidad” en medio del estallido, el GATO (Gobierno Argentino de Tipo Ornamental) se manda la avivada de entregar la lengua a las féminas revolucionarias, según ellos responsables de tanto mal, e impone vía decreto “un único uso genérico para referir lingüísticamente la multivariedad de lo real que, por reparación histórica, fue el femenino”. Así explica la autora al inicio, con lo cual ”los chicos”, o “les chiques”, pasan a ser “las chicas”. Y al caos desatado a nivel mundo, sumado el dislate vernáculo que incluye su prominente faceta lingüística, un devastador ataque de “femihackers”, o “hacktivistas” deja al planeta sin algoritmos, logaritmos, todos los “ritmos” de la WWW “en su totalidad y para siempre jamás”. No más internet, no más Google, todo borrado de un plumazo.

El acontecimiento marca para las feministas el “Año 0” y el lector asiste a un escenario de absoluta anarquía, atravesado por las peripecias de Tootoo Baobab, Ipiranga Trifulca y Pitón -madre, padre e hijo-, entre marchas donde el abuso de la fuerza se muestra ilimitado por donde se mire, con picos de odio y con el reparo de la solidaridad, las asambleas clandestinas, el paso por el ineficiente hospital y la cárcel, y una feroz represión a cargo de “las sirvientitas del orden”, que dan palos sin piedad.

El momento culminante nos sorprende con su registro poético de emotiva belleza color jacarandá, porque lo único permanente e inalterable es el ciclo de la vida, poderoso factor emocional en esta historia de anárquica devastación narrada con disparatado e irónico ingenio. Y si tras el “triunfo” aplastante de la marejada feminista contra el poder, pretendemos ver que ese final abierto a medias nos ofrece la posibilidad de mejorar las cosas, pecaríamos de panglossianos.

Abordar una distopía consiste en clavar las garras en lo profundo del presente, con énfasis en esos apremiantes aspectos que más nos angustian y con el recurrente empleo de una herramienta retórica, cuyo efecto catártico es muy eficaz: la hipérbole. En otras palabras, es hablar del hoy o de la inminencia de lo peor, bajo determinados códigos. Y si se trata de la mejor literatura daremos con un delicado trabajo de estilo, más aún si el lenguaje ocupa el centro de la narración.

Ana Ojeda experimenta con la lengua de una manera tan personal como extrema que la lleva a la originalidad sin pretenderlo, pues de lo contrario todo se le vendría a pique -“¡Hay que reventar el lenguaje!”, dice en una entrevista alojada en algún rincón de Youtube-. Su pluma es como una antena que capta el habla de nuestro tiempo hasta en sus aspectos más mínimos. Coloca bajo la luz y la lupa una plétora de inagotables signos vitales y de cambio en un habla que, definida como el “rioplatense” -en sus propias palabras: “yo escribo en rioplatense”- no es sino el “porteño” contemporáneo, variante de la lengua que cuenta a su vez con una frondosa genealogía. No temo exagerar si aventuro que en épocas venideras se hable del “porteño” de la literatura de Ana Ojeda; y no faltarán los miopes de siempre que opinarán que “Ana Ojeda escribía mal”, pasándoles de largo el dominio del lenguaje y la escritura que debe tener quien está dispuesta a poner todo patas arriba, y encima ¡lo consigue! Porque en su obra es como si convergiese la lengua toda, más allá de ese localismo que domina a su entera voluntad, hasta darse el lujo de provocar una verdadera revolución de los géneros y las palabras: en su prosa de esencia poética, si quien escribe alguna vez advirtió un salto al presente desde los orígenes de nuestra literatura -Vikinga Bonsái, otra de sus novelas, con su invocación a la “sombra terrible de Fecunda”- aquí es posible recoger un hilo que nos llevará al punto en el que vislumbraremos los destellos de las letras españolas del siglo XVII, sumada una compenetración con la épica clásica, cuyo efecto paródico nos hace rendirnos ante semejante virtuosismo literario: tiene todo el bagaje para afrontarlo y salir de su propio reto con éxito.

La experiencia de Ana Ojeda hoy no tiene comparación. Sumemos que es una sutilísima observadora de la Buenos Aires que recorremos todos los días, con sus habitantes y sus barrios, en especial Boedo y San Cristóbal, recurrentes escenarios de una narrativa que cala hondo y con precisión radiográfica.

Claudio Ratier

 

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