Clásicos desde Salzburgo

Camerata Salzburg. Director y violín solista: Giovanni Guzzo. Johann Christian Bach: Sinfonía en Sol menor, Op. 6 No. 6. Wolfgang Amadeus Mozart: Concierto para violín y orquesta No. 5 en La mayor, K. 219. Franz Schubert: Sinfonía No. 5 en Si bemol mayor, D. 485. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 5/6/2023.

La Camerata Salzburg con Giovanni Guzzo como solista, para el Mozarteum Argentino. Foto: Liliana Morsia / Gentileza Prensa Mozarteum

En el segundo concierto de su temporada, el Mozarteum Argentino presentó a uno de sus huéspedes más asiduos: la Camerata Salzburg. Conocida en sus primeras grabaciones como Camerata Académica del Mozarteum de Salzburgo, su fundación se remonta a 1952. El ensamble se referencia en dos grandes maestros, de índole bastante distinta: el más bien didáctico Bernhard Paumgartner (maestro de Karajan) y el genial y virtuoso violinista y director Sandor Végh. Mucha agua pasó bajo el puente desde entonces –una de sus corrientes fue el periodo con el historicista Roger Norrington, líder de la cruzada contra el vibrato-, hasta que en 2016 dos solistas asumieron un estilo de dirección musical más consensuado con el resto de sus colegas: los violinistas Gregory Ahss y Giovanni Guzzo, éste último a cargo del concierto que se reseña.

El programa elegido fue de una consistencia inobjetable, describiendo una línea continua desde el clasicismo pionero de Johann Christian Bach, pasando por una cumbre mozartiana en la obra solista y culminando como obra de fondo en la más clásica y lograda de las sinfonías del romántico Schubert: la número 5 en Si bemol mayor.

Ya desde la sinfonía elegida del “Bach de Londres” (y de Milán), que curiosamente transita tonalidades menores en todos sus movimientos, la Camerata Salzburg dejó en evidencia un fenómeno que aúna a este tipo de agrupaciones de cámara luego del auge del historicismo. Aun tocando con instrumentos modernos, su manera de encarar este repertorio ya no puede ignorar los aportes “históricamente informados” y, por ende, sus fraseos, acentos, tempi y dinámicas tienden a ubicarse a más o menos distancia de ese horizonte instaurado por las interpretaciones en algún momento llamadas “auténticas”. El límite de esa distancia está dado por la elección de los instrumentos –en este caso “modernos”- y el virtuosismo de sus músicos, en este caso notable, tanto es así que les permite ser fieles a un estilo concebido básicamente para otro tipo de arcos y cuerdas. Ahora bien, virtuosismo no significa identidad, y en tal sentido no parece que la Camerata Salzburg exhiba hoy algún sello propio como el que por periodos logró distinguir a este tipo de agrupaciones, más allá de sus instrumentos y orígenes (de la Camerata Bariloche a The English Baroque Soloists, de la Orpheus Chamber Orchestra a The Academy of Ancient Music, por poner dos ejemplos paralelos).

Quizás la respuesta a esa desvaída identidad sea posible encontrarla en el solista y director, Giovanni Guzzo, que interpretó el concierto para violín conocido como “Turco” de Mozart. Guzzo dejó oír un sonido relativamente pequeño, al menos para una sala como el Colón, fraseos y articulaciones descuidados y una sonoridad por momentos metálica y desabrida. Si bien se nota que hay un criterio de ejecución consensuado con la orquesta en cuanto a velocidades y fraseo, y un ensamble en general logrado, la interpretación de Guzzo de una obra tan referenciada resultó más bien superficial y carente tanto de detalles de interés como del afecto necesario para transmitir desde sus aspectos más trascendentes (la entrada del violín en el primer movimiento) hasta aquellos más idiomáticos (el minué y la “turquería” del último). A esto se suma una serie de movimientos corporales, cuando simula dirigir la agrupación o cuando ataca o resuelve  como solista (alzando notoriamente su pierna derecha) que parecen más bien pensados desde el efecto. Fuera de programa, Guzzo interpretó un movimiento de una sonata de Ysaÿe, estilo que parece cuadrarle mejor pero en el que también dejó oír un sonido poco redondo.

El mejor momento del concierto fue la interpretación de la Quinta sinfonía de Schubert, con tempi más bien rápidos, dinámicas algo extremadas (con algunos piano súbitos al comienzo de las escalas en forte o en crescendo del primer movimiento que no aparecen en las ediciones tradicionales), sumamente vigorosa y bien ensamblada.

Fuera de programa, el conjunto interpretó una polka de Johann Strauss II en la que se oyen los ecos de la Marcha Rakoczki, tan representativa de Hungría y de aquel Imperio que la unía con Austria. El público aplaudió con desbordante entusiasmo.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

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