Un regreso demorado

Anna Bolena, tragedia lírica en dos actos. Música de Gaetano Donizetti y libreto de Felice Romani. Dirección musical: Iñaki Encina. Dirección escénica: Marina Mora. Reparto: Olga Peretyatko (Anna Bolena), Daniela Barcellona (Giovanna Seymour), Alex Espósito (Enrico VIII), Xabier Anduaga (Percy), Florencia Machado (Smeton), Christian De Marco (Rochefort), Santiago Vidal (Hervey). Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro Estable del Teatro Colón. Director: Miguel Martínez. Teatro Colón. Función del 27-6-2023.


Daniela Barcellona (Giovanna Seymour) y Olga Peretyatko (Anna Bolena): duelo de gigantes. Foto:Máximo Parpagnoli - Gentileza Prensa TC 

Al momento del estreno de su primer capolavoro (Teatro Carcano de Milano, 26 de diciembre de 1830) Gaetano Donizetti contaba 32 años y unos cuantos títulos en su haber. Además de un resonante triunfo, Anna Bolena le significó una revancha que dejó atrás el sinsabor de su primera experiencia milanesa, Chiara e Serafina (Scala, 1822).

Como todos los compositores de su tiempo, Donizetti contribuyó a la firme construcción de lo que se conoce como el primer Romanticismo italiano, a la par que la producción lírica estaba condicionada por rígidos esquemas que obedecían a la constante demanda de nuevos títulos por parte de un público que, antes que cultivarse en intelecto y en espíritu, buscaba en el teatro una mera y frívola distracción: se producía “en serie” y la mayoría de lo producido resultaba descartable por más de una razón.

Sin romper radicalmente con la rígida tradición, en Anna Bolena Donizetti se muestra innovador por la libertad con que trata los procedimientos establecidos. Dos ejemplos paradigmáticos los encontramos en el segundo acto, con el duetto di confronto entre Anna y Giovanna, donde el largo desarrollo de cambiante dinámica le da un inusitado interés a aquello que, acaso en manos de otro, hubiera resultado un lugar común entre tantos. O la gran escena final, donde el cerrado esquema del aria bipartita se flexibiliza al máximo, mediante constantes cambios de carácter y tonalidad empleados en la sección intermedia, donde a su vez Donizetti inserta breves cantabili y frases destacadas en voz de la protagonista e intervenciones de los demás personajes.

A 53 años de su única producción en el Teatro Colón (temporada 1970, con Elena Suliotis y Fiorenza Cossotto), Anna Bolena regresó en esta temporada 2023.

En primer lugar, es dable señalar que como consecuencia de la siempre necesaria renovación, en los últimos años, tanto la orquesta como el coro estables no han dejado de superarse y aumentar en calidad. Saben demostrar su valor y compromiso profesional, por lo que felicito a cada integrante de la Estable, así como a cada coreuta y al maestro Miguel Martínez, por su excelente aporte a la hora de sostener buena parte de la dignidad de la que aún goza desde tiempos históricos el a menudo maltratado Teatro Colón.

La dirección musical estuvo a cargo de Iñaki Encina, un especialista en el primer romanticismo italiano -entre otras especialidades-, tal como lo manifiesta mediante su clara batuta y una manera de acompañar que hace que cada solista pueda cantar con total comodidad, con el apoyo de un inmejorable balance entre foso y escenario. Su fraseo capta esa atmósfera y ese carácter de la música de un primo ottocento de clara herencia clásica, y si algo puede señalarse es que una mayor explotación de los planos sonoros, según los momentos, hubiera favorecido al carácter dramático de la obra, aunque también hay que indicar que se reservó e hizo estallar su arsenal sonoro tanto para el finale interno como para el potente desenlace de la tragedia.

La puesta "semimontada" de Anna Bolena. Foto: Arnaldo Colombaroli - Gentileza Prensa TC

Esta Anna Bolena se había anunciado en “versión de concierto”. Alguien se habrá percatado de que una decisión así para el Teatro Colón era por lo menos un despropósito, y contra tiempo y marea la idea hizo un viraje y, para salvar al menos en parte lo insalvable, se decidió por lo que se denomina una versión “semi montada”.

Con la orquesta en el foso (de la otra manera hubiese estado sobre el escenario, con los cantantes en el proscenio y muy limitados en sus desplazamientos), el coro en gradas y partitura en mano, separados del resto por tules sobre los que se proyectan juegos de luces que buscan acompañar la esencia de cada momento, la dirección escénica corresponde a Marina Mora. El programa de mano no consigna un solo dato suyo, tampoco de quienes formaron su equipo (Gabriel Caputo en el concepto visual -no podemos hablar de escenografía-, Mercedes Nastri en diseño de vestuario y Rubén Conde en diseño de iluminación). Marina Mora lleva años de profesión en el ambiente del teatro lírico y es bien merecida esta oportunidad que le ha llegado, cosa tan necesaria para el surgimiento de nuevos profesionales, pero a su vez, luego de la tarea que encara y de la que sale con la frente alta (en una versión semi montada decidida a último momento se hace lo que se puede), creo que merece a corto plazo la oportunidad de conducir una puesta integral, que es como se debe llevar a cabo una producción de ópera en un gran teatro.

Comenzando por las segundas partes, tanto Santiago Vidal (Hervey) como Christian De Marco (Rochefort) cumplieron profesionalmente con su trabajo. Florencia Machado (Smeton) ha demostrado otra vez sus excelentes aptitudes vocales y musicales, y que gracias a la suma de virtudes que hacen a su arte no tiene inconveniente alguno en estar al nivel de un elenco internacional de alta calidad (no puedo soslayar que fue Giovanna Seymour en la producción ofrecida por Buenos Aires Lírica en 2014). Realizaron muy buenas labores Alex Espósito (Enrico VIII) y Xabier Anduaga (Percy), que por aquello que le brinda la partitura tuvo un mayor lucimiento, gracias a una voz de tenor lírico sana, de bello color, buena emisión y en todo momento segura.

Pero también por una razón de concepción por parte de los autores, el gran interés dramático y musical se centra en las dos mujeres. Daniela Barcellona (Giovanna Seymour) confirmó en vivo y en directo ser una de las mayores intérpretes de su cuerda, con total dominio para abordar esas altas tesituras sopraniles características de un tiempo en el cual la cuerda de mezzo aún no estaba definida, como lo estuvo en un período posterior, y lo hizo con solidez técnica en función a un material de atractivo color y buena sonoridad: fue la más destacada de un elenco bien elegido.

Por último la figura principal, Olga Peretyatko, que al igual que su antagonista cuenta con grandes antecedentes y es una autorizada especialista en repertorio del primer romanticismo. Posee una atractiva personalidad, un dominio total de su instrumento, que maneja con inteligencia, haciéndolo rendir al máximo en las circunstancias más favorables. Aunque su volumen queda un tanto reducido dentro de una sala como la del Colón, suple esta característica por un dominio técnico que le permite mantener una proyección vocal que en ningún momento la deja en segundo plano: a pesar de lo señalado, la voz de la Peretyatko siempre está presente. Y, lo más importante, sus aptitudes artísticas la colocan a la altura de la gran heroína que le toca asumir.

Por último, remarco que pese a las virtudes señaladas la versión no llegó a calar hondo, pues en todo momento se percibió una pátina de frialdad. Y esto, desligando de toda responsabilidad a la directora escénica, al maestro en el podio y a los cantantes, no se debió a otra cosa que a la decisión de la dirección artística del Teatro Colón de convertir a último momento una versión de concierto en una versión semi-stage, cuando que el drama lírico, para estar vivo en plenitud, necesita ser montado como es debido, más allá de que el concepto sea tradicional o moderno, lo cual ya es otro tema. Si la versión hubiera contado con una verdadera puesta en escena, en la que cada cual hubiese accedido a la oportunidad de explotar con mayor hondura las situaciones dramáticas y cada uno de los personajes, las cosas habrían funcionado aún mucho mejor y esa frialdad, muy posiblemente, no habría tenido lugar.

Claudio Ratier

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