Dos versiones de un dilema

El que dice sí, de Kurt Weill y Bertolt Brecht / El que dice no, de Martín Matalón y Bertolt Brecht. Dirección musical: Natalia Salinas / Martín Matalón. Dirección de escena. Nahuel Di Pierro y Violeta Zamudio. Iluminación: Ariel Conde. Escenografía: Noelia González Svoboda. Vestuario: Endi Ruiz. Coreografía: Ignacio González Cano. Coro de Niños del Teatro Colón. Dirección: César Bustamante. Reparto: Víctor Torres, Adriana Mastrangelo, Adam D'Onofrio, Alvaro García; Ramiro Cony, Jesús Villamizar, Guadalupe Fustinoni, Mora Molinelli Wells, Avril Figueroa, Sol Sánchez Polverini. Teatro Coliseo. Función del 25/8/2023.

Momento culminante de "El que dice sí", de Weill/Brecht: el niño (Adam D`Onofrio) es sacrificado. Foto: Máximo Parpagnoli / Gentileza Prensa TC

La Ópera de Cámara del Teatro Colón acaba de ofrecer una propuesta de alta originalidad: una breve pieza de teatro musical, producto de la colaboración entre Kurt Weill y Bertolt Brecht, estrenada en 1930 con propósitos didácticos, seguida de una versión con música de Martín Matalón, sobre el texto alternativo o corregido que Brecht dejó escrito de la misma obra y que nunca había sido revestido de música.

Aunque lo parezca, acaso no se trate de un mero ejercicio –ni el de Brecht ni el de Matalón- sino de un díptico cuyas partes se necesitan recíprocamente para provocar en el espectador las contradicciones que una mera fábula moralizante, con su moraleja (o “bajada de línea”) difícilmente podría provocar. La historia es sencilla: un niño se ofrece a participar de una peligrosa travesía junto con su maestro y otros compañeros a fin de conseguir una medicina para su madre enferma. En medio del viaje él también se enferma y conforme a la tradición, debe aceptar ser sacrificado para no forzar un regreso anticipado de todo el grupo. En la primera versión el niño acepta este destino (es el que dice sí), mientras en la segunda lo rechaza, y con él toda la tradición heroica que supone (un tema caro para la Alemania de esa época).

Pese a su aparente sencillez, la pregunta que formula el maestro no es tan lineal ni clara, como tampoco su respuesta (si el niño dijera que no en el primer caso es probable que igualmente sería despeñado); mucho menos las ramificaciones de este relato que los directores de escena intentan conectar con la realidad post-pandemia, en un texto muy poco feliz y pleno de oscuridad y contradicciones inserto en el programa de mano. Esta gaffe no impidió que Nahuel Di Pierro (uno de los cantantes argentinos más importantes en el escenario internacional) y Victoria Zamudio concretaran en conjunto sendas concepciones escénicas para cada versión, muy diferentes entre sí: más cartesiana la primera, con elementos mínimos (una puerta vidriada, escaleras y aberturas), totalmente dislocada la segunda, con un vestuario abigarrado y un ojo omnipresente que resultó molesto al principio por una iluminación chillona e intermitente. A la par de las puestas, las músicas de Weill y de Matalón impresionan como distintas, aunque tal vez en algún punto no lo sean tanto: ambas responden a la lógica del espectáculo, una suerte de vodevil que aspira a interpelar desde una sencillez que desarma. En Weill prevalecen melodías y armonías simples, un piano omnipresente, motivos que se repiten, y una cierta gravedad general; en Matalón, la instrumentación es una plétora de color, con acordeón incluido, y un discurso entrecortado, plagado de breves inflexiones, una suerte de banda sonora de una nueva “dimensión desconocida”. Es la distancia entre una época (los años '30) en la que se moralizaba y otra en la que se abandona a la suerte (la actual).

La que dice no (Guadalupe Fustinoni): la resistencia se diluye en el delirio. Foto: Máximo Parpagnoli  Gentileza Prensa TC

En el plano interpretativo, la orquesta ad hoc liderada por Elías Gurevich (18 integrantes) rindió de manera inobjetable, tanto bajo la batuta de Natalia Salinas como del propio compositor en la segunda versión. Los dos protagonistas, Víctor Torres y Adriana Mastrangelo como el maestro y la madre respectivamente, estuvieron a la altura de sus calidades profesionales ampliamente probadas. Sin perjuicio de todo ello, merece un elogio particular el desempeño del Coro de Niños del Teatro Colón, que bajo la dirección de César Bustamante sostuvo ambas versiones en las que tiene, de manera grupal y a través de roles individuales, un papel esencial. Tanto las entradas desde la platea (que generaron gran simpatía) como la larga parte inicial, así como los protagónicos a cargo de Adam D’Onofrio (el que dice sí) y Guadalupe Fustinoni (la que dice no) impactaron por la seguridad y templanza de sus voces.

Con ésta, como con anteriores propuestas, la ópera de cámara sigue siendo una cantera más rica y creativa que la mera sucesión de los títulos centrales del repertorio, demostrando que se trata de un género vivo, en el que todavía hay mucho por armar, descubrir y disfrutar.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

 

Comentarios

Las más leídas

Lo cómico, en serio

Un Nabucco revisitado

Sobre todo, Puccini

Tres grandes voces para "Il trovatore"

Buenos Aires Ballet: novedades y reencuentro

Otro Elixir de muy buena calidad

Lo mismo, pero distinto

Una viuda casi alegre

El Barroco, primero

La chispa del otro Leonardo