El tiempo bien ganado

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Elias Grandy. Jean Sibelius: Concierto para violín en Re menor, Op. 47. Solista: Maxim Vengerov, violín. Ludwig van Beethoven: Obertura “Leonora” No. 3, Op. 72b. Igor Stravinski: Suite de “El pájaro de fuego” (Versión 1919). Teatro Colón. Función del 2/12/2023

Maxim Vengerov y Pablo Saraví, en el primer movimiento del Concierto para dos violines de Bach. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

Fue un concierto donde primó lo emotivo, y no era para menos. Pablo Saraví, concertino adjunto de la Filarmónica de Buenos Aires, se despidió voluntariamente de una orquesta a la que pertenece hace 40 años, y en la que ocupa ese puesto de responsabilidad –artística e institucional- desde hace más de 35. Las razones del alejamiento fueron hechas públicas un par de días atrás y ponen el foco en la enorme dificultad que presenta en nuestro país sostener una carrera profesional de exigencia, especialmente en el ámbito público. Por lo demás, Saraví seguirá haciendo música, como no podía ser de otra manera. Su absoluta vigencia como artista quedó demostrada en este concierto, cuyo solista fue un invitado del más alto nivel mundial: su colega Maxim Vengerov. De hecho, el corazón del concierto –si por “corazón” se entiende el momento donde la emoción se cruzó con una performance de impecable factura técnica-, fue el “bis” que ambos compartieron: el primer movimiento del Concierto para dos violines de Bach. Secundados por las cuerdas de la Filarmónica, Saraví y Vengerov transitaron este original y bien pensado encore mostrando cada uno sus sonidos, que hacen a sus personalidades artísticas, pero en un entendimiento pleno en materia de fraseo y adornos y haciendo de la capacidad de diálogo la razón por la que eligieron este segmento. Se trató de una despedida que en términos estrictos no fue tal: nada impide que en el futuro Pablo Saraví, al igual que Maxim Vengerov, vuelvan a tocar como solistas en el Colón, y ojalá sea pronto; lo que sí es un hecho es que Saraví dejará de ser el líder de la Filarmónica porteña.

En torno a este núcleo pareció desarrollarse el resto del concierto, que fue programado de manera inhabitual, con la obra solista al comienzo y una obertura de Beethoven al inicio de la segunda parte, partitura que no guarda coherencia alguna con el resto. El Concierto de Sibelius que Vengerov asumió al inicio dejó oír el hermoso sonido de su violín, de importante volumen, su impecable afinación y su notable expresividad. La concertación con la orquesta, así como el marco que ésta proporcionó, no estuvieron a la misma altura, redundando en un balance general sin mayor relieve en la ejecución de una obra que no se caracteriza por la facilidad, especialmente en la métrica.

La segunda parte enfrentó al público con el joven director alemán, aunque también descendiente de japoneses (como se deja ver) Elias Grandy. La sensación que generó fue similar, en la percepción de quien esto firma, a la de Alpesh Chauhan al comienzo de la temporada: se trata de un director apasionado, de gestos vehementes pero sin mayor cuidado para un programa complejo que requiere trabajo técnico y estilístico, máxime si se va a incorporar una obra de Beethoven. En la Leonora III, Grandy mostró escasa precisión en las marcaciones a la par de una exigencia en tempi totalmente innecesaria, como no fuera para la mera búsqueda de efecto, que sin duda consiguió. Uno de los trucos fue hacer sonar los dos llamados de la fanfarria (que en Fidelio funciona como interno que anuncia la llegada de Don Fernando) desde el fondo de la sala; ambas veces sonaron de distinta manera.

En la suite de 1919 de El pájaro de fuego de Stravinski (aunque el programa consigna los movimientos de la Suite de 1911) continuaron los mismos desajustes que en Leonora: pifias en los bronces, timbales inaudibles (contrastando en el final con el gran cassa) y pura búsqueda de efecto que pasó por la velocidad antes que por la musicalidad del fraseo, el equilibrio de los planos y el cuidado del ensamble. Acaso estas falencias no habrían tenido lugar con un buen profesional de nuestro medio, que sin duda habría dado lo mejor de sí en un concierto de esta jerarquía.

Tras la sostenida ovación final, el Director General de la sala, Jorge Telerman, entregó al concertino un diploma enmarcado como reconocimiento a su largo desempeño. Me quedo con esa imagen y con la de aquel Pablo Saraví a quien escuché de adolescente desde la tertulia hacer el largo solo de la Missa Solemnis, hace casi 40 años, y con la de aquel Maxim Vengerov que pocos años después poblaba con sus fotos las tapas de sus primeros álbumes cuando el compact disc era una novedad. De ambos puede decirse, evocando el título del libro de Víctor Boully, que son la prueba irrefutable del “tiempo bien ganado”.

Daniel Varacalli Costas

 

 

Comentarios

  1. Me sorprendió que Vengerov al terminar el primer movimiento de la obra de Sibelius hizo que el director se corriera hacia atrás e hizo afinar a las cuerdas con su violín. Nunca habia visto algo asi. ¿Tan desafinadas estaban?

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