El debut que es un retorno

Ensamble ArtHaus. Director: Pablo Druker. Programa: Estudio No. 7 (transcripción de Yvar Mikhashoff), de Conlon Nancarrow. Concierto de cámara, de György Ligeti. De retornos y farsas, de Pablo Rubino. Gougalón. Escenas de un teatro callejero, de Unsuk Chin. Teatro Colón. Función del 7/8/2024.

Pablo Drucker al frente del Ensamble Arthaus, en el arranque del concierto debut en el Colón. Foto: Arnaldo Colombaroli / Gentileza Prensa TC

En pleno microcentro porteño (Bartolomé Mitre 434) y en plena post-pandemia, ArtHaus Central surgió como un centro cultural distinto, dedicado a las artes visuales, el teatro, la música y el cine. Pero en realidad ArtHaus -así, sin mayores aditamentos- es un proyecto cultural bien inserto en el presente y que cuenta entre sus iniciativas la de haber conformado hace un año y medio un ensamble musical que, de a poco, va saldando las deudas de nuestra ciudad con la creación musical contemporánea, a cuya escucha invita seductoramente.

La clave de cómo el Ensamble ArtHaus -comandado por sus fundadores: Andrés Buhar, Lucas Fagin, Daniel D’Adamo, Pablo Druker y Beatriz Quinteiro- logra este propósito no es un secreto: es excelente. Como alegaba Pierre Boulez, buena parte de la música del siglo XX no atrae al oyente porque su abordaje es demasiado exigente y, en consecuencia, no es interpretada con la necesaria calidad. Y el Ensamble ArtHaus propone obras de alta exigencia con una interpretación a la altura de sus elecciones, gracias al nivel profesional de los 20 músicos que lo integran y la dirección musical de Pablo Druker, todo un especialista en la materia. Lo demostrado en sus presentaciones anteriores en ArtHaus Central los hizo acreedores, sin duda, al escenario del Teatro Colón. El que aquí se comenta es su debut en la sala.

El programa comenzó con el Estudio No. 7 de Conlon Nancarrow, en arreglo de Yvar Mikhashoff, que marcó la impronta de la función. No es un secreto que una de las limitaciones de la música emancipada de la tonalidad es su limitada gama emocional: todo suena al oído entre misterioso y frío, cuando no siniestro. Pero esto no es una regla, sino un efecto de contraste, asimilable a la experiencia gastronómica de alguien acostumbrado a comer con mucha sal y a quien todo lo resulta soso. La obra de Nancarrow, estadounidense comunista exiliado en México, personaje si los hubo, plantea desde el comienzo una atmósfera circense: alegre pero nunca ingenua, animada pero revestida de farsa. A lo largo de casi diez minutos, su colorido (lleva piano y clave) divierte y distiende, aunque también deja pensando en su empedernida actualidad. Bien señala Rodolfo Biscia en su comentario que la frase de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, es de Marx, aunque mucho suele deformársela y hasta devolvérsela a Hegel, quien sin duda está en su germen pero no en la formulación que aquí nos interesa. Ese es el clima, el concepto que, en síntesis, revela la obra de Nancarrow y que regresa en la segunda parte de manera ya explícita, con el estreno mundial de una obra encargada por ArtHaus al compositor argentino Pablo Rubino: De retornos y farsas. Este segundo comienzo, tras el intervalo, otorgó a la propuesta una consistencia insoslayable. En la obra de Rubino, los instrumentos son ejecutados mediante técnicas extendidas que los vuelve casi irreconocibles, hasta que un irónico crescendo, cromático y con frases ascendentes, jalonado entre otras intervenciones por el zapateo de los músicos, le otorga una direccionalidad que involucra al oyente, ofreciendo un asidero a su propia deriva sonora.

La primera parte había cerrado con el Concierto de cámara  de Ligeti, de algún modo ya un clásico escrito hace más de 50 años, atmosférico a partir de su enjambre de cuerdas, las entradas contundentes del piano, sus mecánicas isocronías que lo vinculan a Nancarrow, las notas tenidas y un rasguido que se vuelve lejano, una imagen trabajada del ruido cotidiano, de las toleradas deformidades que integran nuestro día a día auditivo y que se aceptan a condición de que no tengan intención artística: sólo es entonces cuando molestan, cuando se pone en evidencia su ser.

La otra segunda parte fue el final del concierto: Gougalón, subtitulada “Escena de un teatro callejero” de Unsuk Chin, la autora coreana de la que este año escuchamos Frontispicio (por la Filarmónica, también con Druker) y de la que ya conocíamos en vivo Rocaná. Se trata de una de las más lúcidas referentes de la composición musical (sin distinción de género), y la obra elegida, en seis partes, evoca ciertas imágenes personales de la autora y su entorno, una suerte de Petrushka de la actualidad, energética, marginal, cuya parte central es un duelo entre botellas y latas en el que la percusión se luce admirablemente.

El público, joven pero también variado, llenó los distintos estamentos del Colón, disfrutando de esta música de un presente que no excluye al pasado, aquel que vuelve una y otra vez, cada vez más deformado por la necesidad de mitigar lo que no puede entenderse.

Daniel Varacalli Costas

 

Comentarios

Las más leídas

Lo cómico, en serio

Un Nabucco revisitado

Sobre todo, Puccini

Cuando la música es todo

Logrado homenaje a Puccini

Tres grandes voces para "Il trovatore"

Buenos Aires Ballet: novedades y reencuentro

Otro Elixir de muy buena calidad

Cuatro rostros de Araiz

Lo mismo, pero distinto