Un Edén de canciones
Joyce DiDonato, mezzosoprano. Il Pomo d’Oro. Concertino y solista: Edson Scheid, violín. Obras de Charles Ives, Rachel Portman, Gustav Mahler, Marco Uccellini, Biagio Marini, Josef Myslivecek, Giovanni Valentini, Francesco Cavalli, Christoph Willibald Gluck, Georg Friedrich Haendel. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 5/8/2024.
Es
la sexta vez que Joyce DiDonato se presenta en el Colón. A lo largo de ese
historial, siempre de la mano del Mozarteum Argentino, la mezzosoprano de
Kansas City ha sabido ganarse la admiración –por su talento- y la simpatía –por
su carisma- del público local. También en ese camino, la cantante fue pasando
del formato del recital –cuya abstracción permite concentrarse en la música- al
de ofrecer su arte en el marco de una propuesta escénica conceptual, como fue “In War and Peace” en 2019 y la que aquí se comenta, acompañada en ambos casos
por el grupo de instrumentos de época Il Pomo d’Oro. Por supuesto que ambos formatos
son legítimos y pueden convivir, mientras se mantenga intacta la esencia del
canto, cuya inserción en la ópera, género teatral por excelencia, nadie
cuestionaría. ¿Por qué entonces sorprenderse con un recital que supone una
dramaturgia y se desarrolla en un marco visual? En este caso, la propuesta vino
precedida de la entrega, con el programa de mano, de un sobre con semillas para
plantar. La demanda ecológica sienta así sus reales en un espectáculo que se
inspira en esa temática. De hecho, su nombre “Edén” – la palabra hebrea para la
latina (tomada del griego) de la que viene “paraíso”- es la adecuada: el Edén
no es sólo un lugar ideal, sino aquel del cual el hombre desobediente fue
expulsado. Desde su primer número, “Edén” se hace cargo de ese resabio
agridulce: el “edén” es el “paraíso perdido”, no el paraíso a secas. Imponentes
torres van dando forma a la escena con sus haces de iluminación que llegan
hasta el techo de la sala, o plantean claroscuros a lo Rembrandt o a lo Caravaggio, propios
de la época de las piezas, mientras la cantante, en el centro del escenario que
comparte con la orquesta, se enmarca en un dispositivo en forma casi circular
que finalmente ella misma decide cerrar, en sugestivo gesto.
DiDonato
mantiene intactas sus condiciones técnicas, que incluyen no sólo la amplitud de
su registro sino también la ductilidad para encarar un repertorio diverso. Baste
mencionar que junto a obras del Barroco temprano (Biagio Marini), medio
(Cavalli) y tardío (Händel), pasa al Clasicismo (Gluck) y culmina ya más cerca
de este sujeto que hoy nos constituye, gracias a la presencia insospechada en
este programa de Gustav Mahler y Charles Ives. El abordaje de estos autores con
instrumentos antiguos es un destello de originalidad que recordó al de García
Alarcón cuando interpretó la fuga final de Falstaff,
un cruce de tiempos que permite pensar la misma música desde otro lugar: el de lo
anacrónico como faltamente actual. El comienzo con La pregunta sin respuesta de Ives, en una versión que sustituye las
llamadas instrumentales por la voz humana, emitida desde una sala oscurecida,
resultó inquietante; por su lado, las dos canciones de Rückert de Mahler (en
especial esa cima que representa “Me he perdido para el mundo”), abordadas con
una morosidad algo excesiva, marcaron un punto de honda intimidad en un
programa que tuvo picos de intensidad dramática más allá del canto, como en la Danza de las furias de Gluck.
La
cabalgata dejó gusto a poco (una hora y unos minutos más de música), sin contar
que propone un balance entre lo instrumental y lo vocal, con amplios espacios
de lucimiento para la orquesta. Quizás por esto, DiDonato empuñó al final el
micrófono para hablarle al público extensamente en español (respetuoso esfuerzo
que se agradece porque no es lo usual) para conectarse desde otro lugar, el de
la gratitud y el de su compromiso con el medio ambiente. En esta inteligencia
convocó al Coro de Niños del Teatro Colón, cuyos miembros, informalmente
vestidos, entonaron “Semillas de esperanza”, el himno del proyecto Edén, seguido
de la Canción del jardinero de la imprescindible
María Elena Walsh. Como cierre, DiDonato ofreció una sentida versión de una de
las más emotivas arias que Händel dedica a la sombra de una planta al comienzo
de su ópera Serse: “Ombra mai fu”.
Nos
queda la inquietud de tener más de Joyce DiDonato, quien abrió la temporada 2023/24
del Metropolitan neoyorquino participando en Dead Man Walking, un título que hace años debería conocerse por
aquí. Mientras tanto, las iniciativas que protagoniza, al margen de los gustos
de cada cual, vienen a plantear una mirada renovada y distinta sobre el viejo
arte del recital lírico.
Daniel Varacalli
Costas
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