El regreso de una opera prima

Le villi. Ópera de dos actos de Giacomo Puccini. Libreto de Ferdinando Fontana. Director musical: Carlos Vieu. Reparto: Marina Silva, Eric Herrero, Alejo Álvarez Castillo. Orquesta Estable del Teatro Argentino. Coro Estable del Teatro Argentino. Director: Santiago Cano. Teatro Argentino de La Plata. Función del 1/11/2024. 

Carlos Vieu, al frente de la Orquesta y Coro del Argentino de La Plata, con los tres solistas vocales (de izquierda a derecha: Alejo Álvarez Castillo, Eric Herrero y Marina Silva). Foto: Gentileza Prensa TALP / Guillermo Genitti

En este año del centenario pucciniano, las propuestas del Teatro Argentino de La Plata en torno al compositor luqués fueron, en el contexto de nuestro medio, de las más logradas. Comenzó el año con una gala Puccini, que recorrió los puntos culminantes de casi todas sus óperas, prosiguió con La Bohème y ahora lo termina con una versión de concierto de Le villi, título que inaugura el catálogo operístico del autor y que se ofrece en calidad de estreno en la sala platense. El maestro Carlos Vieu, como director musical, fue el punto de ignición de estas iniciativas que llevó a cabo con su habitual compromiso y pericia.

Antes de entrar a valorar esta presentación, la escasísima frecuentación de esta opera prima de Puccini merece algún contexto informativo.

Se trata de un título de poco más de una hora de duración, en la línea de Cavalleria rusticana y Pagliacci, aunque anterior a éstas en varios años (se estrenó en 1884, mientras las otras lo fueron en 1890 y 1892, respectivamente). Su brevedad (¡gran mérito!), pese a su división en dos actos en una revisión posterior, obedeció a que, como la ópera consagratoria de Mascagni, debió adaptarse a las bases del concurso Sonzogno, aunque a diferencia de aquella, la de Puccini no fue siquiera considerada (fracaso atribuible a la mala grafía del manuscrito). No obstante, logró estrenarla en el Teatro Dal Verme de Milán en mayo de 1884, bajo la dirección –hoy puede afirmarse, tras haber investigado el tema- del maestro Achille Panizza, hijo de otro gran maestro preparador de la Scala llamado Giacomo Panizza (ambos sin vínculo familiar directo con otro binomio musical padre-hijo que nos resulta más cercano: Giovanni Grazioso y Héctor Panizza).

El interés de Le villi no es sólo anecdótico: en esta obra se advierte cómo el lenguaje que haría famoso a Puccini está allí en germen, desperezándose entre rasgos verdianos (como en las escenas corales) y aun ocasionalmente del bel canto anterior. Sin embargo, hay dos aspectos que marcan la diferencia: el tratamiento orquestal (al que Verdi, por referencias, sospechó de excesivamente sinfónico) y la elección del libreto, tan propio de los jóvenes scapigliati o “desmelenados” que, luego de la unificación italiana, intentaron renovar el panorama estético de una península a la que el Romanticismo había llegado de manera tenue, buscando en las fuentes trasalpinas temáticas y estilos de otro cuño. Le villi (traducible como Las willis) trata el probado tema del ballet Giselle, que Heine rescata de las mitologías nórdicas, que a su vez lo toman de leyendas eslavas. La influencia germánica pone el eje aquí en un aspecto poco aclarado sobre Puccini, al que se lo identifica ligeramente con ”lo italiano”; por el contrario, tanto la influencia francesa (en los tópicos y su tratamiento lírico) como la alemana (en el uso magistral, y a su manera, de los motivos conductores) son más importantes que el puro melos italiano a la hora de evaluar qué hizo la diferencia entre Puccini y sus talentosos colegas de la Giovane Scuola, comenzando por su genial (y malogrado) paisano, el también luqués Alfredo Catalani.

Por su parte, Ferdinando Fontana, audaz libretista y parte de la “banda desmelenada”, hizo lo (poco) que pudo, y si no fuera por dos segmentos narrativos (que en esta producción pudieron leerse en el sobretitulado, pues se prescindió del narrador) nadie entendería muy bien qué pasó entre los esponsales de Anna y Roberto en la primera parte y el despechado ultramundo al que nos arroja la segunda. Un largo intermezzo en dos partes (“El abandono” y “La tregenda”, traducible como el “aquelarre”) muestran las dotes del Puccini orquestador.

Como detalle adicional, no es ocioso señalar que Le villi se presentó originalmente como “opera-ballo”, lo que lleva a pensar que en una puesta en escena respetuosa del propósito original, esos largos segmentos instrumentales deberían servir de marco a una coreografía.

La interpretación ofrecida por el Argentino –dejando aparte que careció de la deseable puesta en escena- resultó en líneas generales lograda, a partir de un trabajo orquestal de muy buen rendimiento y capaz de transmitir los variados matices expresivos de la partitura, que oscila entre lo arrobador y lo ominoso. En el plano vocal, sobresalió la soprano Marina Silva como Anna, quien en la romanza del primer acto mostró -aunado al texto y a la reiterada frase "Non ti scordar di me"- un hondo trabajo expresivo, que ratificó en sus posteriores intervenciones. El barítono Alejo Álvarez Castillo (su padre, Guglielmo), a quien hemos apreciado en producciones del Teatro Colón y de ópera independiente, acaba de ganar uno de los premios del Concurso CLARA y en esta actuación refrendó sus cualidades canoras, con una voz de emisión limpia y franca. El tenor brasileño (a la sazón, director artístico de la Ópera de Rio de Janeiro) Eric Herrero debió enfrentar en el papel de Roberto la parte más compleja del título, a partir de “Non possibil non è” (scena drammatica-romanza del segundo acto) de muy prolongada duración y variadas influencias estilísticas que la vuelven un desafío. Herrero lo sorteó con buena técnica, en una voz que cambia notablemente su color y emisión en la tesitura más aguda, en la que rinde y en líneas generales convence.

El Coro Estable, preparado por Santiago Cano, fue un protagonista central de la función, asumiendo sus numerosas partes con buen ensamble y comunicatividad.

Valió entonces la pena Le villi como parte de los homenajes a Puccini y a la propia tradición cultural argentina. Merece recordarse que luego de sus representaciones en Italia (Dal Verme de Milán y Regio de Turín en 1884, seguidas por la Scala y el San Carlo de Nápoles en 1885), el primer estreno en el extranjero se dio, como en la inmensa mayoría de los títulos de Puccini (salvo Fanciulla y el Tríptico), en Buenos Aires. Fue en el viejo Politeama, el 10 de junio de 1886. Desde entonces, salvo su solitaria programación en el Colón, en la temporada 1967, y aportes ocasionales de la ópera independiente (Casa de la Ópera, Teatro Empire), éste es el regreso del título a un escenario oficial, acontecimiento que merece valorarse y continuarse, por qué no, con la postergada y nunca bien ponderada Edgar.

Daniel Varacalli Costas

 

 

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