Un Mesías profundo y vibrante

El Mesías. Oratorio en tres partes de Georg Friedrich Haendel (Versión de Dublín, 1742). Internationale Bachakademie Stuttgart. Gaechinger Cantorey. Director: Hans-Christoph Rademann. Solistas: Verónica Cangemi, soprano; Marie Henriette Reinhold, contralto I; Jonathan Mayenschein, contralto II; Benedikt Kristjánsson, tenor; Tobias Berndt, bajo. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 4/11/2024.

El maestro Rademann y sus huestes de Stuttgart en un emocionante Mesías para el Mozarteum Argentino. Foto: Liliana Morsia / Gentileza Prensa Mozarteum Argentino


El Mozarteum Argentino cerró su temporada 2024 en el Teatro Colón, con un concierto que implicó el necesario regreso a Buenos Aires de una de las máximas referencias en música coral de inspiración sacra a nivel mundial: la Gaechinger Cantorey de Stuttgart. Este coro vino acompañado por la Internationale Bachakademie, de la misma ciudad (capital del estado de Baden-Wurtemberg), bajo la dirección de un prestigioso especialista: Hans-Christoph Rademann.

Estos nombres pueden adquirir un mayor significado para el melómano local si se tiene en cuenta que Rademann es el sucesor de Helmuth Rilling (91), que fundó este coro en 1954 y se convirtió en modelo para nuestro recordado maestro Mario Videla y su Academia Bach. Desde 2013, Rademann continúa esa tradición valiéndose de toda la experiencia historicista acumulada en la materia, pero –a juzgar por lo escuchado- nunca subordinando las necesidades de la expresión a ningún criterio literalista ni mucho menos museológico.

En efecto: la música que Rademann nos trae con sus huestes musicales está enteramente viva, y este Mesías que comentamos es una prueba contundente de ello. El Mozarteum anunció que la versión aquí interpretada es la original de Dublín, de 1742.

Escuchar el Mesías en el impresionante ajetreo del fin de año es siempre una experiencia tan gratificante como trascendente. La costumbre anglosajona hace florecer esta obra en las grandes ciudades –en especial Londres y Nueva York- en fechas cercanas a la Navidad, por la afinidad temática del oratorio. En el plano local y un poquito antes, el Mozarteum Argentino coronó con la misma partitura un año complejo, y lo hizo al máximo nivel.

Si pensamos que el Mesías se estrenó hace 282 años y que la citada tradición se remonta a esos años de cierre del Barroco, no podemos menos que pensar en una obra resiliente y capaz de adquirir las sucesivas capas de sentido que las diversas épocas depositaron en ella. De allí que se trate de una partitura capaz de ser interpretada de las más distintas maneras, que a grandes rasgos pueden sintetizarse en dos extremos: a la manera de gran fresco sinfónico-coral, brillante y nutrido (como lo grabaron magistralmente Colin Davis, Georg Solti o Neville Marriner) o como una obra, si bien no íntima, capaz de alumbrar con sus claroscuros la meditación interior (sería el caso de John Eliot Gardiner). En esta última línea se inscribe Rademann, pero no meramente por la plantilla de ejecutantes que utiliza (22 instrumentistas y 20 coreutas), sino por el enfoque con que encara la obra. Un sutil trabajo de matices, dinámicas y expresiones, muy ligado a un texto que suele darse por sentado, redundan en su caso en un resultado de profundo contenido artístico.

Bastaría para fundar lo antedicho el primer número vocal de la obra (el recitativo del tenor “Comfort ye, my people”), en este caso a cargo de Bendikt Kristjánsson, quien pareció casi detener el tiempo en sus notas largas. Pero Krisitjánsson fue una parte de un elenco vocal totalmente homogéneo, integrado por la soprano Verónica Cangemi (excelente en el comienzo de la tercera parte “I know that my Redeemer liveth”), la contralto Marie Henriette Reinhold y el bajo Tobias Berndt. A ellos se sumó en el duetto de contraltos “How beautiful are the feet” (en otras versiones para soprano) Jonathan Mayenschein, para luego retornar a su lugar en el coro.

Acaso el momento culminante de ese estrecho trabajo el texto y la música se dio en el coro “Let us break our bonds asunder”, luego del aria del bajo “Why do the nations so furiously rage together? de tan lamentable actualidad y expresada con una contundencia casi lacerante.

Con el Allelluia que cierra la segunda parte –interpretado con todos los rasgos de estilo, incluido el trino cadencial al cerrar la frase “For he shall live for ever and ever”), pero sin estridencias ni brillos impropios para el enfoque elegido- se perpetúa en otras latitudes el emocionante rito de ponerse espontáneamente de pie, que se remonta a la época de Jorge II. Nada de eso sucede aquí, salvo por algunas migraciones ocasionales producto de la instalada premura por encontrar la excusa de los falsos finales. Pero algo de lo mejor estaba por venir en la tercera parte: los increíbles solos de violín en “If God be for us” (a cargo de la concertino Mayumi Hirasaki) y el igualmente virtuoso solo de trompeta (natural) en el número final, a cargo de Hans-Martin Rux-Brachtendorf.

Para el momento del increíble Amen compuesto por Haendel para rematar esta obra inmarcesible, la música ya había dado su premio a todos los que la acompañaron hasta el final con oídos atentos y corazón abierto.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

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