El horror sublimado en arte
Estaba la madre. Ópera en un acto de Luis Bacalov. Libreto de Carlos Sasano, Sergio Bardotti y Luis Bacalov. Dirección Musical: Lucía Zicos. Dirección de escena: Carlos Branca. Escenografía: Lucas Borzi y Pablo Mazzoni. Vestuario: Laura Melgar y Leticia Falcone. Iluminación: Maximiliano Troncozo. Imagen multimedia: Federico Bongiorno. Reparto: Paula Almerares, Alejandra Malvino, Victoria Gaeta, Fernando Grassi, Sebastián Sorarrain, Mario De Salvo, Emiliano Bulacios, Franco Gómez, Víctor Torres, Vanina Guilledo, Azul Maluendez. Orquesta y Coro Estable del Teatro Argentino. Director del Coro: Santiago Cano. Teatro Argentino de La Plata. Función del 23/3/2025.
Con una nueva puesta en escena retornó al escenario del Teatro Argentino de La Plata Estaba la madre, la ópera de Luis Bacalov. Comisionada por la Ópera de Roma, se estrenó el 1º de abril de 2004 en la sala del Teatro Nazionale. Entre otras ocasiones, la obra se representó en 2005 y 2017 nuevamente en Roma, en 2007 en el Teatro Argentino de La Plata -en carácter de estreno argentino y americano-, en el Festival de Emilia Romagna en septiembre de 2009, semi-montada en octubre de 2015 en el Auditorio Nacional del ex Palacio de Correos de la Ciudad de Buenos Aires (CCK – hoy Palacio Libertad) y en la Plaza del Plebiscito de Nápoles en marzo de 2016. Quizás el fallecimiento de Bacalov, el 15 de noviembre de 2017, frustró nuevas reposiciones de la obra que en todos esos casos fue dirigida por el autor.
Estaba la madre se
estructura en un acto con prólogo y epílogo y siete escenas breves. Narra las
historias de cuatro madres de desaparecidos, un término tristemente célebre
incorporado al lenguaje político por la Argentina.
La ópera toma parte de ese horror
vivido décadas atrás y se centra en el drama de las madres que han perdido a sus
hijos y en la lucha posterior para obtener información y justicia. La primera
es Sara, modista de origen judío, madre de Samuel, estudiante sin antecedentes
judiciales ni militancia política. La segunda es Juana, maestra rural, madre de
Horacio, perito agrónomo desaparecido desde febrero de 1977. Le sigue Ángela,
obrera textil, madre de Pablo, cura obrero en un barrio pobre suburbano. La
última madre no tiene nombre ni historia, no canta ni habla, sólo recibe en sus
brazos el cuerpo muerto de su hija, una sindicalista asesinada mientras el coro
y las tres madres entonan el Stabat Mater
laico que da nombre a la obra.
El prólogo y el epílogo están a cargo del coro que
menciona el accionar de las Madres de Plaza de Mayo (“éstas son las locas de
Plaza de Mayo / cien desgarros dentro / mil pañuelos al viento / éstas, éstas
son éstas”). Acaso hubiera sido más potente haber concluido la obra con el “nunca
más” del último cuadro (el gran aplauso del público en ese punto dio la pauta)
y no retornar al coro inicial en el epílogo.
El texto de Carlos Sassano, Sergio
Bardotti y el propio Luis Bacalov es breve, sintético, con diálogos cortos
(algunas rimas suenan un poco predecibles y escolares) y de carácter oratorial.
No hay un progreso dramático propiamente dicho, sino que se muestran las cuatro
historias de las madres más algunos frescos sobre las conductas de los
militares en un efecto teatral profundo.
La partitura compuesta por Luis
Bacalov tiene una duración aproximada de 80 minutos, evoca la música de Buenos Aires a través de un eclecticismo que transita desde la tonalidad manifiesta
hasta el atonalismo declarado, incorporando solos de bandoneón, con evidente
referencia al tango sumada a alguna reminiscencia de ritmos folclóricos.
Lucia Zicos acometió la gran responsabilidad de ser la primera en dirigir la obra luego del fallecimiento del compositor y a la vez ser quien empuña la batuta en la primera versión sin la dirección musical, como en todas las anteriores en el mundo, del propio Bavalov. La maestra Zicos es una profesional de sobrados antecedentes y logró dar realce a la ecléctica composición con seguridad y perfecto estilo. El balance entre el foso y la escena fue el adecuado y la respuesta de la orquesta de primer nivel. Párrafo aparte merece la prestación del bandoneonista Pablo Mainetti, en una obra que recurre al tango y apela a ese instrumento como solista principal, con una prestación del artista a todas luces de excelencia.
El mayor protagonista de la obra
es el coro y en este caso el Coro Estable del Teatro, que dirige Santiago Cano,
no defraudó: potente, amalgamado, compenetrado y profundo.
Por su misma estructura no hay
personajes que tengan un protagonismo mayor que otros y por cierto la labor de conjunto
resultó ajustada. Alejandra Malvino volvió a personificar a Juana, la maestra
de escuela, con su profesionalismo, su canto de emotivos acentos y su
credibilidad escénica. Victoria Gaeta puso el servicio de su Ángela, la madre
de un cura obrero, perfecta línea de canto, mientras que una disminuida Paula
Almerares afrontó con profesionalismo el rol de Sara, madre judía de Joselé. Amalgamados
y creíbles resultaron los tres generales interpretados Fernando Grassi, Mario
De Salvo y Sebastián Sorarrain. Bien servido el narrador por parte de Emiliano
Bulacios, una parte que tiene bellísimas intervenciones vocales. El resto del
elenco, Franco Gómez (Rabino), Víctor Torres (Obispo), Vanina Guilledo (Una
mujer), en sus breves partes acometió sus roles con aplomo y seguridad.
Carlos Branca a cargo de la puesta
en escena y responsable de los aspectos visuales generales reformuló su visión
con respecto a las ofrecidas en Italia y en el estreno local. Sin renunciar a
lo local y a la contextualización en tiempo y espacio logró dar a la obra una
visión universal, profunda y despojada.
La escenografía de Lucas Borzi y
Pablo Mazzoni consta de una estructura en metal que delimita un piso bajo a
nivel del escenario donde ocurren las acciones de las madres y se encuentra
parte del coro, un primer piso donde suceden escenas de tortura y a veces se
presenta el coro o los militares y una especie de balcón, que solo usan los
generales, como segundo piso.
Las imágenes de Federico Bongiorno,
toman material de archivo y contextualizan la época, a lo que adiciona rostros
desdibujados, un hoyo vacío, la crispación del Río de la Plata, enormes filas
de expedientes sin revisar o diálogos transcriptos que sirven para las
transiciones de escenas. La iluminación de Maximiliano Troncozo, donde
predomina la oscuridad, ayuda a recrear este mundo de dolor y violencia.
El vestuario, Laura Melgar y
Leticia Falcone, de gran fidelidad temporal, resulta ideal.
La marcación escénica de Carlos
Branca luce milimétrica. Mostrar una de las mayores tragedias de la historia
argentina sin ofrecer un panfleto político era el gran desafío. El mérito
de Carlos Branca fue eludir ese riesgo y ofrecer una visión donde el horror se
sublima en obra de arte.
Gustavo Gabriel Otero
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