Por siempre Aida
Aida. Ópera en cuatro actos de Giuseppe Verdi. Libreto de Antonio Ghislanzoni. Dirección musical: Stefano Ranzani. Concepción escénica y escenográfica: Roberto Oswald. Dirección de escena y vestuario: Aníbal Lápiz. Reposición escenográfica: Christian Prego. Iluminación: Rubén Conde. Coreografía: Lidia Segni. Reparto: María Belén Rivarola, Daniel Barcellona, Martin Mühle, Youngjun Park, Simon Lim, Fernando Radó, Marina Silva, Diego Bento. Orquesta, Coro y Ballet estables del Teatro Colón. Director del Coro: Miguel Martínez. Teatro Colón. Función del 11/3/2025.
A
juzgar por lo expresado al anunciarse la temporada 2025, la reposición de Aida en el Colón obedecería al propósito
refundacional de la nueva gestión. Dado que no hay aniversarios que sirvan de
pretexto –tampoco necesariamente el centenario de los cuerpos estables- puede
fácilmente intuirse que apelar al título que inauguró el actual edificio del
Teatro Colón importa remontarse a los orígenes. Orígenes que, por cierto, nada
tienen que ver con un teatro de producción propia: se trataba entonces de un
bello edificio dado en alquiler, y la calidad de las temporadas reposaba en el
acierto, pericia y olfato del impresario
a quien se le otorgaba la concesión.
Al margen de esta disquisición, con Aida el Colón repone el tercer título más representado en su sala (luego de La Bohème y El barbero…), y por supuesto una ópera que uno se vería tentando a calificar de perfecta. Es claro que lo perfecto difícilmente tenga que ver con ninguna obra humana; sería en todo caso una hipérbole para calificar una partitura en la que no parece faltar ni sobrar nada (en realidad hubo vacilaciones del autor: Verdi compuso una obertura aunque finalmente se quedó con un preludio, al revés que en La forza…). Por perfecto, también aquí podríamos entender la consumación de un estilo del que el autor fue un maestro indiscutido y que llevó hasta sus últimas consecuencias: el bel canto, fundido aquí con la estructura dramática de la grand opéra. El que fuera un encargo a un autor que había jurado retirarse también deja sus huellas en Aida, con su espectacularidad nunca vacua (¡es Verdi!) pero brillante al fin, sin los meandros emocionales de un Don Carlos ni de una Forza (¡perdón por citarla otra vez!) ni las inesperadas renovaciones de Otello y Falstaff en manos de un provecto autor que siempre fue joven.
En
cuanto a esta Aida inaugural 2025,
varios puntos positivos merecen ponderarse. El primero, el regreso al podio del
Colón de Stefano Ranzani (que reinauguró el edificio en 2010 tras su
refacción). Se trata de un maestro con pleno dominio del estilo, sentido
de la concertación y trabajo en el detalle, aspectos todos que dejaron oírse a
través del desempeño de la Orquesta Estable, así como de las bandas interna
y de escena.
El
segundo punto fuerte es la reposición de la producción de Roberto Oswald a través
de la dirección escénica de su histórico colaborador Aníbal Lápiz y de la
reposición escenográfica de Christian Prego. Mucho se ha comentado a favor y en
contra de esta decisión, lo cual es bueno, ya que es una prueba del interés del
público. Los amantes de las producciones figurativas y las puestas
tradicionales, sin sorpresas ni golpes bajos más allá de los que la propia ópera
puede deparar, gozan de la propuesta; los detractores señalan la necesidad de
renovación ante un título tan representado y teniendo en cuenta que el primer
trabajo de Oswald con Aida se remonta
a 1966. En cualquier caso, es complejo trazar una diagonal que permita
satisfacer a todos. En lo personal, aun sin estadísticas, entiendo que a un público
nuevo debe dársele la oportunidad de entender la ópera lo más cerca de cómo fue
concebida; solo aquel que ya cuenta con alguna referencia puede valorar horizontes innovadores o transgresores. Y ojalá haya un público nuevo que en pocos años los reclame.
Por de pronto, la elección de Aida también se funda –en palabras del mismo Andrés Rodríguez, programador de ópera de la casa- en la posibilidad que da el título de mostrar a los tres cuerpos estables en escena. Además del eficaz desempeño de la Orquesta, el Coro se lució en un estilo que le va como guante a la mano, guiado con mano maestra por Miguel Martínez. El Ballet, por su parte, se presentó a través de una coreografía de su ex directora, Lidia Segni, que si bien incorporó puntas, en contraste con la fidelidad histórica que pretende la puesta, resultó funcional en el marco de las convenciones del género.
Ya
en el plano vocal, en la función de Gran Abono que se reseña, como es de público conocimiento,
la soprano Carmen Giannattasio, debido al fallecimiento de su padre, debió ser
sustituida luego del estreno (al que honró
profesionalmente), por María Belén Rivarola. Nadie dudó que esta artista, como también
la experimentada Mónica Ferracani, estuvieran a la altura de cualquier elenco
internacional de primer orden. Claro que en el caso de Rivarola, junto al Radamés
del brasileño Martín Mühle, la memoria nos lleva a recordar sus presentaciones en Buenos
Aires Lírica, compañía pionera en presentar artistas que luego el Colón haría propios.
A Mühle se lo conoció haciendo el Don José de Carmen (más una función de Pagliacci,
en reemplazo de Luis Lima) y a Belén Rivarola como Änchen en El cazador furtivo y Mussetta en La Bohème. Ambos lucieron voces de excelente
proyección para el Colón: la de Mühle, de notable volumen y color tenoril, y la
de Rivarola, plena en matices y capaz de recorrer la amplia tesitura que Verdi
le asigna a su línea. La Amneris de Daniela Barcellona fue creciendo a lo largo
de la función, desde un comienzo de escasa audibilidad, en especial en las
escenas de conjunto, hasta un final de profunda caladura dramática. Las voces
bajas fueron estupendas: Youngjun Park como Amonasro, Simon Lim como Ramfis y
Fernando Radó como el Rey de Egipto; muy adecuados Marina Silva como la
Sacerdotisa y Diego Bento como el Mensajero.
En
el balance, solistas, coro, orquesta y cuerpo de baile redundaron en un espectáculo
parejo, sin sobresaltos ni acontecimientos extraordinarios, pero honesto y logrado
a la luz de la impresionante tradición del Colón en este título. En suma: un
buen comienzo con un saldo positivo por la siempre indispensable intervención de los artistas latinoamericanos.
Daniel Varacalli Costas
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