Claire Huangci: hacia una nueva tradición

Claire Huangci, piano. Wolfgang Mozart / Carl Czerny: Gran fantasía brillante sobre "Las bodas de Fígaro". Maurice Ravel: Sonatine, Jeux d’eau, Pavane pour une infante défunte, La Valse. Aram Jachaturián: Adagio de la suite del ballet Spartacus. Modest Musorgsky: Cuadros de una exposición. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Función del 15/9/2025.

La pianista norteamericana Claire Huangci, en su concierto debut en el Teatro Colón. Foto: Liliana Morsia / Gentileza Prensa Mozarteum Argentino

Con el debut de la pianista Claire Huangci en nuestro país, el Mozarteum Argentino confirmó una vez más su consolidada misión de aportarnos la actualidad de la interpretación musical en el mundo al más alto nivel. Huangci nació en Estados Unidos y es descendiente de una pareja de científicos chinos. Tiene treinta cinco años, se formó en el Instituto Curtis y en Hannover, Alemania, reside en Frankfurt y acaba de dar a luz un hijo. Conviene anticipar que en este singular contexto, su recital en el Teatro Colón, con un exigente programa, rayó a un altísimo nivel técnico e interpretativo.

Con la reciente visita de Yuja Wang, cuesta resistir la tentación de realizar comparaciones. El origen oriental, la técnica descomunal y una cuidada producción en materia de vestuario e imagen, pueden llevar a trazar un fácil parangón. Sin embargo, no es arriesgado señalar que donde Wang parece poner todo al servicio del artista, Huangci lo pone al servicio de la música. Se trata quizás de una aseveración difícil de probar en una crítica, pero fácilmente asequible desde la escucha, que revela en Huangci un respeto especial por el estilo de cada obra encarada.

Incluso la elección de un programa difícil, pero poco anclado en la tradición pianística más pura –no hubo aquí una sonata clásica, ni un Beethoven, ni un Chopin, ni un Liszt, ni un romántico alemán- nos ahorran otro tipo de comparaciones. Porque otra cosa que queda clara es que Huangci es una pianista del presente, con todos sus atributos: precisión, brillo, efecto, velocidad. Quien piense en la escuela alemana –Schnabel, Kempff, Gieseking- o incluso sus exponentes más cercanos, como Gerhard Oppitz, o entre nosotros en Bruno Gelber, o en aquellos tres pianistas que compartían día de cumpleaños -Benedetti-Michelangeli, Pollini, Brendel-, echará de menos un fraseo, una respiración, una hondura que permitía pensar la música, detenerse un segundo en sus pliegues, casi rezar.

Con la actual generación de pianistas, lo que se busca en muy distinto. Y en esa búsqueda algunos hallan el oro con más facilidad que otros: Claire Huangci es de esta clase. Comenzó su concierto con lo que hubiera sido un excelente bis: la Fantasía brillante sobre “Las bodas de Fígaro” escrita por Carl Czerny, un desfile incesante de los temas de las arias más conocidas de la ópera de Mozart, al gusto de su tiempo. El segmento impresionista fue de una fluyente delicadeza, hasta tal punto que la pianista logró deslizar sin solución de continuidad (¡miracolo, en la época de la compulsión por el aplauso!), la Pavana para una infanta difunta luego de Juegos de agua. Este generoso segmento dedicado a Ravel, que había comenzado con la Sonatina, cerró con La Valse, pieza en que la solista demostró la potencia de su mano izquierda, a la par de un logradísimo balance textural, en suma, su virtuosismo sin atenuantes que representó uno de las instancias culminantes de la noche por todos los conceptos.

Tras el intervalo, Huangci logró construir el momento más lírico de la velada con el Adagio de Espartaco de Aram Jachaturián, vertido con un control y una dosificación que al comienzo de la obra siguiente parecieron volver a ponerse en riesgo. El comienzo de Cuadros de una exposición -la primera aparición de la Promenade- fue vertido con una vehemencia poco compatible con la idea de un paseante con intenciones de contemplador. En su visita de 1996, Ivo Pogorelich cargó tanto las tintas en este comienzo que terminó compitiendo con el final; en el caso de Huangci, en cambio, el devenir de la ejecución de la genial obra de Musorgski logró mantener el sentido de las proporciones, en términos de contrastes de tempi y dinámicas. Increíbles Gnomos, El viejo castillo y los graves nuevamente en Samuel Golbenberg y Schmuyle; impactante el final, con una energía que juega a desbocarse sin nunca perder el control de sí misma.

Como si fuera poco lo referido, Claire Huangci regaló dos bises: The Man I Love, el arreglo de Earl Wild de la canción de Gershwin, y de este autor el tramo final de la Rhapsody in Blue.

En el balance, un recital impactante, que habla de una manera actual de hacer música -la de Huangci, como la de Wang, Lang-Lang o el todavía por conocer Seong-Jun Cho- que también –cada uno a su manera- puede ser las ramas de un árbol que represente una nueva, pujante e inesperada tradición.

Daniel Varacalli Costas

 

 

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