El cine de Cocteau y la melodía infinita de Philip Glass

La Bella y la Bestia. Ópera de Philip Glass, basada en el film La Belle et la Bête de Jean Cocteau, sobre el cuento de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Ensamble Arthaus. Dirección: Pablo Druker. Reparto: Jaquelina Livieri, Víctor Torres, Constanza Díaz Falú, Daniela Prado, Alejandro Spies, Gustavo Gibert. Teatro Colón. Función del 19/9/2025.

La disposición escénica dela experiencia Cocteau-Glass en el estreno de La bella y la bestia. Foto: Juanjo Bruzza / Gentileza Prensa TC

El ciclo Contemporáneo del Teatro Colón estrenó para América latina una partitura de Philip Glass que, en tanto partitura, podría calificarse de una ópera. En escena, claro está, es mucho más que eso. Porque no sólo acompaña a una película –La Bella y la Bestia, que Jean Cocteau filmó en 1946- sino que reemplaza a los diálogos hablados por líneas cantadas.

Se trata de una experiencia sustancialmente distinta de otras proyecciones de cine mudo que se ofrecieron en el Colón –como la inolvidable Metrópolis, con música de Martín Matalón- durante las cuales se desarrollaba una música. La de Glass no es eso (ya que el film de Cocteau no es mudo) y tampoco una banda de sonido, sino una idea genial por su originalidad: reemplazar el sonido integral de una película por la partitura de una ópera. Porque La Bella y la Bestia tiene las voces de sus actores y actrices, pero también una música que pertenece nada menos que a Georges Auric, uno de los tres miembros olvidados del Grupo de los Seis, quien sin embargo fue un compositor con un enorme catálogo que se lució escribiendo bandas de sonido, llegando desde París hasta Hollywood.

Lo que Glass se propuso a sí mismo -y por consiguiente propone también al espectador- es aprender todo de nuevo. Hay óperas y películas sobre cuentos, novelas y piezas teatrales, y músicas que las acompañan con más o menos fortuna, pero no óperas sobre películas que respeten íntegramente la cinta y la historia que ésta cuenta. Esto es precisamente lo que hace Philip Glass, una sustitución “laboriosa” –como él la define-, eficaz, y por sobre todo, puramente artística.

Hoy se puede escuchar la música de Auric luego de conocer la de Glass y sorprende ver la distancia entre ambas miradas. La de Auric parece música de ballet, muy francesa y funcional; la de Glass puede ser todo eso –no por nada estudió con Darius Milhaud y con Nadia Boulanger- pero también es actual. Por otra parte, además de que la música de Auric no está escrita para las voces (que en la película simplemente hablan), pese a tener coro, resulta fragmentaria; la de Glass recupera una continuidad dramática, concretando una vez más el propósito de la ópera italiana que después retoma Wagner: un hilo musical continuo, una melodía infinita que se eleva desde las tesituras más altas a las más bajas del registro con impensada agilidad. No en vano lo wagneriano está presente en Glass de una manera oblicua: porque hay motivos conductores que identifican a los personajes principales y sus situaciones, que interactúan entre sí, y también porque la reiteración tan típica de Glass produce un efecto de hipnosis, de algo que parece no querer detenerse y que arrastra al oyente. El resultado es una singular empatía con los personajes que se da a través de la música, que parece desperezar hasta la velada tristeza que despierta la Bestia.

Para concretar este estreno en el Teatro Colón, en coproducción con Arthaus, se contó con el ensamble de esta ya prestigiosa institución cultural, integrado por varios de los mejores músicos de nuestro medio. Dirigido por Pablo Druker, diestro para llevar a buen puerto este tipo de proyectos, el resultado sonoro no sólo fue cronometrado con la precisión que exige acompañar una película que se proyecta y que impone su tiempo, tiránicamente; también fluyó como música, disfrutable hasta con los ojos cerrados. El elenco vocal que “dobló” con su canto el diálogo de los personajes fue de excepción, en particular Jaquelina Livieri como la Bella, ligera y suntuosa a la vez, y Víctor Torres como la Bestia (y Avenant), cavernoso y convincente en su dicción francesa. A igual altura rayaron Constanza Díaz Falú como Felicia, Daniela Prado como Adelaida, Alejandro Spies como Ludovico y Gustavo Gibert como el Padre.

Un dato particular es que, por expresa indicación del compositor, la orquesta debe estar sobre el escenario y los cantantes detrás de ella, casi ocultos, sin ninguna ropa especial, diríamos que neutros, mientras que el sonido debe tener amplificación electrónica. Discutible o no, el resultado fue de buena factura técnica y acompañó la proyección sin sobresaltos y con calidad. Sólo resta como observación algunos ripios en la traducción del sobretitulado (en especial los vocativos “bella” y “bestia”, que en francés suelen ir precedidos por artículos, pero no en español y aparecen a cada momento en los diálogos).

Philip Glass, con 88 años a cuestas, es uno de los compositores más prolíficos y exitosos del mundo. Solo de esta experiencia tiene una trilogía que comprende otros dos filmes de Cocteau: Orphée y Les enfants terribles; otra cara distinta de la que nos mostró el año pasado la desmesura genial de Einstein on the beach. Estos estrenos son los indispensables para que tengamos la experiencia de lo que puede hacerse hoy con la música y para que nuevos públicos se sumen a ella.

Daniel Varacalli Costas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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